Era una noche fría, como casi todas para ella. Aquel día, no había terminado la cena, la tortilla se le había quemado un poco y no tenía suficiente hambre como para ponerse a hacer otra cosa. Como todas las noches, después de tomar sus pastillas y apagar él único radiador que tenía, cogió su mantita y su novelita recién empezada, y se dispuso a leerla en su mecedora, el lugar preferido de la casa. Qué será de aquella novela, me pregunto. Como la cena, hay cosas que se quedan sin terminar.
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